Admito mi admiración por la gente que lleva una vida disciplinada y por la gente eficiente en el uso de los recursos, ya sean recursos económicos, recursos materiales o inclusive recursos de lenguaje. Ludwig Wittgenstein era un hombre disciplinado en el uso de sus recursos. Recibió una herencia de su padre de la cual inmediatamente se deshizo de ella. Vivió, aunque en distintos lugares, siempre bajo la misma austeridad: una mesa en la cual escribir, una silla en donde sentarse a escribir, un gabinete pequeño en donde guardar sus manuscritos y no mucho más. Consideraba que dedicarse al pensamiento filosófico era una labor tan agotadora que uno podía quizá dedicarle tan sólo unos cinco o diez años. Después de ese tiempo, el cerebro perdía su flexibilidad. En seminarios filosóficos, Wittgenstein exigía que los ponentes se limitaran a presentar su idea a tan sólo siete minutos. Si su idea no podía ser presentada en ese limite de tiempo, Wittgenstein consideraba entonces que la idea no había sido bien planteada de inicio. Para la discusión de dicha idea ya no era tan limitante. Podía pasar horas dandole vueltas a una posible solución. No que un problema filosófico tuviera una solución. Wittgenstein simplemente admiraba darle vueltas y vueltas al lenguaje que enunciaba la idea y consideraba que la solución de la idea residía en la elegancia de su enunciado. Entre más sencilla la enunciación, más lógica la idea. Su libro de Tractacus Logico-Philosophicus se compone de una serie de dichos enunciados. Me tomaría una vida descifrar el más simple de ellos.
No admiro sus ideas filosóficas, admiro la manera en que su vida fue una extensión de su pensamiento. Después de escribir lo que muchos filósofos admitirían ser uno de los libros más complejos sobre el pensamiento filosófico, Wittgenstein optó por dar clases a niños de primaria en una aldea remota. En su mente, si no tenía la capacidad de explicar un problema filosófico a niños solo podía ser responsable él mismo por la falta de comunicación. Para Wittgenstein, una buena idea filosófica estaba directamente vinculada a la elegancia de expresión de dicha idea. Para Wittgenstein, el limite del lenguaje de una persona era el limite de su mundo. Uno comprendía el mundo en cuanto era capaz de expresar su experiencia en él. Irónicamente, y quizá hasta un poco desconsolador, Wittgenstein consideraba al mismo tiempo que sobre las preguntas complejas de la vida - las preguntas por esencia filosóficas - uno debería quizá quedarse en silencio.
Con eso en mente, abandonó por un momento la filosofía para convertirse en jardinero de un convento. Se construyó en medio de la nada - en Noruega - una cabaña en donde perderse con sus pensamientos. Wittgenstein fue un solitario. Caminaba por las noches con un bastón mientras chiflaba toda una pieza musical de Mozart o de Brahms. Por tres años se dedicó a colaborar con el arquitecto Paul Engelman para desarrollar la casa de su hermana Margarethe. Cada ventana, hasta su ultimo detalle contiene la eficiencia de recursos que tanto distinguió al filosofo.
Para él, hacer arquitectura no era muy diferente a filosofar.
Work on philosophy - like work in architecture in many respects - is really more work on oneself. On one’s own conception. On how one sees things. (And what one expects of them).
En realidad, para Wittgenstein no había mucho afuera de la filosofía. Por lo menos no mucho que le generara interés. Si el filosofo se involucraba con algo, lo que fuera, lo hacía bajo su rigor filosófico. Uno de sus libros, lo que él asigna y titula como su diario, le procede la frase “movimientos del pensar.” Con ello, me parece que Wittgenstein se plantea que su labor diaria es pensar. Particularmente, lo que le interesa es, en sus palabras, “inventar nuevas relaciones”. Su vida es una vida dedicada a la lógica del pensar, al pensar con lógica, ya sea dentro de seminarios filosóficos o en la jardinería, ya sea en investigaciones filosóficas o el desarrollo de un detalle arquitectónico. La expresión debe ser exacta.
Cuando una de sus hermanas, Hermine, se enteró que Ludwig estaba dando clases a niños de primaria, le pareció que era como “utilizar una herramienta precisa para abrir un baúl”. Para Ludwig, no había diferencia. La exactitud de su expresión no dependía del oyente, dependía del que se expresaba - de él. Pero la precisión no era algo con lo que uno se topaba; la precisión se iba puliendo, trabajando sin parar hasta lograr por lo menos percibirla.
Los comentarios filosóficos en este libro (Tractacus Logico-Philosophicus) son un sin numero de bosquejos de paisajes generados durante un largo y complejo viaje.
Eso fue la vida de Ludwig Wittgenstein, un viaje largo y complejo buscando incansablemente la manera precisa de expresar una vida filosófica. El único camino siendo el vivir cada aspecto de ella con el mismo rigor - pensar sobre la vida - vivir pensando.